Un artículo de opinión noventayochista: "La noluntad nacional" (1915) de Miguel de Unamuno

LA NOLUNTAD NACIONAL


Bueno, ¿y qué queremos? ¿Lo sabemos acaso nosotros mismos? Yo creo que no. Sólo sé una cosa y es que queremos querer, que acaso soñamos querer. Pero voluntad, no ya nacional, siquiera colectiva, de unos pocos escogidos, ¿dónde la hay? Cada uno quiere, es cierto, su cosa; mas ¿dónde está aquella sola y misma que todos, o por lo menos muchos, queramos?
Mi voluntad ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer.
Mi ideal es tenderme sin ilusión alguna…


    Así cantó Manuel Machado. Y así España. Tal es también su ideal.
Oigo decir que el país despierta, pero lo que yo veo es que a nadie le importa nada de nada. Con dejarle a cada cual echar su partidita o lo que sea y engullir su puchero, que no le den quebraderos de cabeza «¡Déjeme usted en paz, hombre!» Y en paz estamos.
Y tú, lector, que lees esto, tú eres casi de seguro, uno de tantos, esto es, un neutro. ¿Y sabes lo que es un neutro? Pero ni eso. Porque no sólo no obras, pero sí sufres. Dejas que ruede el mundo porque dices que no lo has de arreglar tú.
«¡Y qué voy a hacer yo?» –me dirás–. ¡Qué sé yo…! Es decir, sí lo sé. Revolverte, agitarte, querer algo. ¿Qué? ¡Lo mismo da! ¡Querer, querer, querer! Y ya la voluntad encontrará su objeto y se creará su fin. No se quiere sino lo que se conoce de antemano –dijeron los escolásticos–. Pero yo te digo que no se conoce sino lo que de antemano se quiere. El mamoncillo busca y encuentra la teta de su madre sin haberla conocido antes. Pero aquí ni ese instinto, como a nación, como a colectividad, nos queda.
¡Haragán, haragán, haragán! No eres nada más que un haragán. Y eso aunque cumplas estrictamente con lo que llamas tu obligación. Y a las veces ese estricto, esto es, rutinero cumplimiento de tu obligación es la más exquisita forma de haraganería. No conozco haraganes mayores que esos celosos funcionarios a quienes les salen canas en la cabeza y callo en el trasero después de cuarenta años de servicios en su oficina. Ellos no se metieron nunca con nadie.
Y estoy convencido de que hasta la resolución del más ínfimo problema de índole local depende de que nos sintamos nación frente a las demás naciones y junto a ellas. El régimen de administración local depende de la posición internacional. Es perder el tiempo, verbigracia, hablar de los males de la emigración y buscarles remedio mientras no pongamos en claro qué es lo que quiere España, como nación, para con las naciones americanas que surgieron de sus colonias de antaño y adonde van esos emigrantes. Es perder el tiempo discurrir sobre derechos de importación, tratados de comercio, zonas francas, etc., mientras no se quiera que España sea algo más que un mercado de compraventa para con las demás naciones de cuya concurrencia industrial y mercantil queremos defender a nuestros industriales y mercaderes.
Para vivir como nación hay que vivir con las demás naciones, y para vivir con las demás naciones hay que pensar y hay que querer como nación algo más que vivir. «¡Que nos dejen en paz…!» No; harán bien en no dejarnos en paz, en la paz mortífera de esta voluntad nacional.
Y luego dirán algunos pobres diablos que se nos desprecia y se nos desdeña. Hacen muy bien; porque para los más de nosotros el horizonte del mundo termina en las fronteras de la patria.
Y esto os dice un español que lleva años trabajando con su pluma desde España, pero fuera de España y para ella, y buscando –si no lo encuentra no es su culpa– un anhelo que sea el anhelo de su patria. Pero es más cómodo apuntarnos, a lo sumo, en un partido político y echar la partida de chamelo o de tute por las tardes. Y no pensar ni querer nada.

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Miguel de Unamuno

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