¿Es intelectualmente lícito tener opiniones?

El otro día en clase, a partir de la lectura de un artículo de opinión de Sergio del Molino, reflexionamos sobre la imposibilidad de tener opiniones que sean a la vez firmes y bien formadas, ya que es muy difícil tener una opinión definida sobre un tema que conocemos en profundidad. ¿Debemos entonces renunciar a tener opiniones y "conformarnos" con el ejercicio del análisis de los temas que suscitan nuestro interés? Es más: ¿es intelectualmente lícito pretender tener opiniones?

El propio Sergio del Molino en su libro La piel trata este tema en relación al periodista holandés Frank Westerman y a su estudio del tristemente famoso Bosquimano de Bañolas en su libro El Negro en ik (El Negro y yo). Así describe Sergio del Molino la perpejidad de Westerman después de media vida dedicada al reporterismo de guerra y a los conflictos raciales en África:

Fui un joven idealista que quería cambiar el mundo -cuenta Westerman sin contarlo así-, por eso estudié ingeniería agrícola, para ayudar a los países pobres a construir infraestructuras que los saquen de la pobreza. Pero luego me fui a esos países, a Haití y a Perú, y descubrí que el mundo y la pobreza son mucho más complicados y que era muy soberbio -e imperialista, y tal vez racista- por mi parte pretender que unos pozos y unas técnicas de cultivo podían salvar del hambre a nadie, porque el hambre, quién me lo iba a decir, no era tampoco el problema principal. Desengañado y culpable, me hice periodista e intenté contar historias de África, pero cuantas más contaba, menos comprendía. Desde fuera, las guerras parecen fáciles de narrar. Desde dentro, los buenos no se distinguen casi nunca de los malos y siempre hay algo que se escapa, no importa lo mucho que leas y lo mucho que viajes. Al final de cada reportaje solo hay unos ojos compasivos que te miran con lástima y te dicen en silencio que lo dejes estar, que no es tu guerra ni tu historia, que no la vas a entender nunca y que es mejor que vuelvas a tu casa y dejes que cada cual se mate como quiera.

El pobre Westerman llega a la misma verdad a la que llegamos todos los que contamos historias: que sólo se puede opinar desde la ignorancia. Cuanto más conoces, estudias o vives algo, más confuso e inútil se vuelve tu punto de vista. Por eso tenemos opiniones muy firmes sobre nuestro vecino, con el que nunca hemos hablado, pero somos incapaces de juzgar a nuestro hijo. Por eso escribimos artículos de periódico (tajantes, unívocos, salomónicos) sobre las cosas que no nos importan, y escribimos libros (dubitativos, farragosos, llenos de cerros de Úbeda) sobre las cosas que nos importan.








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